jueves, 4 de septiembre de 2008

El vuelo mágico


Brancusi decía: “Durante todo una vida no he buscado más que la esencia del vuelo…El vuelo, ¡que felicidad!”. No necesitaba leer libros para saber que el vuelo es un equivalente de la felicidad puesto que simboliza la ascensión, la trascendencia, la superación de la condición humana. El vuelo proclama que la gravedad ha sido olvidada, que se ha efectuado una mutación ontológica en el ser humano. Universalmente extendidos son los mitos, cuentos y leyendas relativos a los héroes o a los magos que circulan libremente entre la tierra y el cielo. Todo un conjunto de símbolos en relación con la vida espiritual y, sobre todo, con las experiencias extáticas y con los poderes de la inteligencia es solidario con las imágenes del pájaro, las alas y el vuelo. El simbolismo del vuelo traduce una ruptura efectuada en el universo de la experiencia cotidiana. La doble intención de esta ruptura es evidente: es a un tiempo la trascendencia y la libertad que se obtiene con el “vuelo”.
En los planos diferentes pero solidarios del sueño, de la imaginación activa, de la creación mitológica y folklórica, de los ritos, de la especulación metafísica y de la experiencia extática, el simbolismo de la ascensión siempre significa la explosión de una situación “petrificada”, “taponada”, la ruptura del nivel que hace posible el paso a otro modo de ser; a fin de cuentas, la libertad de “moverse”, es decir, de cambiar de situación, de abolir un sistema de condicionamientos.
Es significativo que Brancusi estuviera obsesionado toda su vida por lo que el llamaba “esencia del vuelo”. Pero es extraordinario que lograra expresar el impulso ascensional utilizando el arquetipo mismo de la gravedad, la materia por excelencia: la piedra. Casi podría decirse que realizó una transmutación de la “materia”, o con mayor precisión, que ejecutó una coincidentia oppositorum, pues en el mismo objeto coinciden “materia” y “vuelo”, la gravedad y su negación. (*)

(*) Fuente: Mircea Eliade, “Brancusi y la mitología”, en El vuelo mágico, Madrid, ediciones Siruela, pp. 159-167.

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