lunes, 23 de febrero de 2009

Con el cantar se consuela

"Mientras descargo la tercera carretilla de mierda, canta un pinzón en uno de los ciruelos. Nadie sabe muy bien por qué los pájaros cantan tanto. Lo único cierto es que no cantan para engañarse a sí mismos ni para engañar a los demás. Cantan para anunciarse tales como son. Comparada con la transparencia del canto de un pájaro, nuestra habla es opaca porque se ve obligada a buscar la verdad en lugar de actuarla". (Una carga de mierda).

Dijo don Hudson


“El lenguaje de los pájaros de un bosque de Inglaterra puede ser comparado a una banda compuesta enteramente por pequeños instrumentos de viento [...].

Los bosques sudamericanos tienen más el carácter de una orquesta en la cual toma parte un enorme número de variados instrumentos, con muchas discordancias ruidosas, mientras que los delicados tonos, oídos a intervalos, parecen, por contraste, infinitamente dulces y bellos.”

A Mikel Laboa, in memorian


nació el 15 de junio de 1934 en Pasajes (Guipúzcoa) y falleció el 1 de diciembre de 2008 en el hospital de San Sebastián, a la edad de 74 años.



Sólo es hermoso el pájaro cuando muere
destruído por la poesía.
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El pájaro blanco II


La vida urbana siempre ha tendido a producir una visión sentimental de la naturaleza. Se piensa en la naturaleza como en un jardín, una vista enmarcada por una ventana, un escenario de libertad. Los campesinos, los marineros, los nómadas saben que no es así. La naturaleza es energía y lucha. Es lo que existe sin promesa alguna. Si pensamos en ella como en un escenario, un ruedo, éste ha de ser uno que se preste tanto para el mal como para el bien. Su energía es de una indiferencia atroz. La primera necesidad de la vida es un techo. Guarecerse de la naturaleza. El primer signo de la vida es el dolor.

Es en este contexto natural tan poco prometedor en donde se descubre la belleza, y el descubrimiento es por naturaleza súbito e impredecible. La tempestad se calma, el color del mar cambia del gris pardo al aguamarina. Bajo la piedra desprendida en un alud crece una flor. La luna surge sobre las chabolas. (...) Se encuentre donde se encuentre, la belleza es siempre una excepción, siempre aparece a pesar de. Por eso nos emociona.
(...)
Todos los lenguajes artísticos han sido desarrollados como un intento de transformación de lo instantáneo en permanente. El arte supone que la belleza no es una excepción (que su existencia no es a pesar de), sino la base de un orden.
(...)
El arte no imita a la naturaleza; imita a una creación, unas veces para proponer un mundo alternativo, otras sencillamente para ampliar, confirmar, hacer social, la breve esperanza que ofrece la naturaleza. El arte es una respuesta organizada a aquello que la naturaleza nos deja entrever ocasionalmente.
(...)
El pájaro de madera blanca se balancea empujado por el aire caliente de la estufa de la cocina, en donde los vecinos están bebiendo. ¡Fuera, a veinticinco grados bajo cero, los pájaros de verdad mueren congelados!

(John Berger: El sentido de la vista)

Poesía vertical. XIV

29
Trazar una circunferencia
e introducirse en ella.

Tal vez se pueda desde allí
ver todas las cosas
a la misma distancia.

El pájaro blanco


El pájaro blanco
“Las antinomias y oposiciones que desunen a los individuos en un plano de actividad humana, son a menudo irreconciliables dentro del mismo plano en que se dan; y lo serían definitivamente si no existiera un plano superior en que lograran reconciliarse por “altura”.(L. Marechal).



Hubo un momento en que todo Buenos Aires hablaba del pájaro blanco.

Alguien dijo que sobrevolaba la calle Lavalle a la salida de los cines después de la última función de la noche.

-Vi la sombra cuando se alejaba y yo salía de la primera- dijo Luis.
Y Juan:
-Te habrá parecido. Esteban y Guillermina lo vieron parar casi a la altura de sus cabezas y era mucho más tarde.

Y Elena:
-También lo vieron a esa hora los amigos de mis hijos, pero según ellos el vuelo no era tan rasante y nos contaron que tenía plumas largas en el extremo de las alas.

-Esteban y Guillermina no opinaron lo mismo. Una nubecita redonda de plumas -le oí decir a Guillermina.

En las oficinas, en los hogares y en la calle, el pájaro blanco era un misterio emplumado que rodeaba las mentes, incitaba y apuraba latidos.

Yo también fui muchas veces a la calle Lavalle. Observaba a la gente y buscaba a ese pájaro que todos veían pero describían de manera distinta.

Una sola cosa uniformaba los relatos y era su blancura.

Y Lavalle, la apretujada Lavalle, donde alguna que otra vez la violetera del gran canasto une su pregón al rumor de los comentarios de las películas, tuvo ratos de silencio, movido sólo por el retumbar de los pasos.

Ya no importaban las películas. Ahora eran sólo el pretexto que marcaba el minuto esperado.

-¡Allá!, ¡allá!, ¡sobre el letrero verde! ¡Qué plumas tan pálidas y qué alas!

-Pero si no son tan largas...

-Las largas son las de la cabeza.

-No sé, lo vi de golpe.

-Yo vi primero la sombra.

-Parecía que buscaba un lugar donde apoyarse, pero después alzó alto el vuelo y desapareció.

En los distintos diarios comenzó a hablarse del pájaro blanco. Las primeras noticias pudieron leerse en las últimas páginas, luego pasaron a las del centro y después...

Los hechos se sucedían de manera extraordinaria.

Lavalle se hizo un río humano que buscaba el cielo. La gente se hablaba sin conocerse. Caminaban una al lado de la otra y la mirada los ataba más arriba, por sobre sus cabezas. Hablaron mucho de ese pájaro blanco que para algunos casi llegaba a ser un aguilucho, para otros paloma o canario o acaso golondrina cambiada de color.

Se hilvanaron historias de pájaros símbolos, de mensajes ultraterrenos traídos por almas emplumadas que desde el cielo, descendían hasta los hombres.

De luz.
De amor.
De esperanza.

Hasta que un día un rumor excitante transitó la ciudad:
“De cualquier manera se debe dar caza al pájaro blanco”.
El rumor se convirtió en cita y la calle Lavalle el lugar de encuentro.
La noche de ese día una sombra clara comenzó a moverse de oeste a este, más o menos a la altura de los primeros pisos.
Entonces todos la vimos, todos.
la fuimos siguiendo.
La sombra se fue llenando de plumas blancas, brillosas, pegadas.
Después emplumó otra más larga en el borde de las alas y de la cola. Sobre la cabeza le crecieron unas pocas como hilos, donde me pareció ver, enganchados, pedacitos de nubes que temblaban al volar.
De pronto descendía algo. Casi se apoyaba sobre alguna cabeza, pero después se alzaba silencioso como si fuera un papel con alas movido por aires invisibles.
Se lo veía aletear y entonces un aire renovador nos permitía respirar a todos con menos dificultad.
Lavalle humana era un silencio caminando detrás de otro silencio piadoso de esperanza blanca, que ya iba más allá de Florida.
Nadie sintió cansancio.
Nadie turbó ese vuelo amenazado tras el que íbamos sin saber por qué, ni para qué, ni hacia dónde.
Y el pájaro nos fue llevando hasta desembocarnos en la Plaza de Mayo.
Ahí fue cuando creímos perderlo. Pero no. Rodeó la Catedral y tomando impulso se alzó hasta la altura de los edificios que circundaban la plaza.
Después lo vimos más grande, más blanco, más rápido.
También nosotros aceleramos el paso.
-¡Se va!- gritamos -, ¡se va!...

Sobre las horas cansadas de la noche, lo vimos todavía hacerse un punto luminoso y móvil. Casi una estrellita alada. Después el punto se fue nublando y desapareció.
Convencidos de que se había ido para no volver, nos dimos vuelta y...
¡Nos vimos!

sábado, 14 de febrero de 2009

Al pájaro se lo interroga con su canto





Hay en algunos ojos esas borras de añil que dejan los crepúsculos al evaporarse
-un ala que perdura, una sombra de ausencia-.
Son ojos hechos para distinguir hasta el último rastro de la melancolía,
para ver en la lluvia el inventario de los bienes perdidos,
así como hace falta un invierno interior
«para observar la escarcha y los enebros erizados de hielo»
dijo Wallace Stevens congelando el oído y la pupila,
convertido tal vez en el hombre de nieve que contempla la nada con la nada
y que oye sólo el viento,
sin ningún evangelio que no sea ese sonido único del viento
(aunque tal vez hablara de la más extremada desnudez;
no de la transparencia).
Pero yo sé que cada tiniebla se indaga solamente con la noche que llevo,
que la piedra se entreabre ante la piedra
de la misma manera que se tantea el corazón con el abismo.
¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el fondo del subsuelo,
el fondo de otra herida, el fondo de otro infierno?
No hay ninguna otra lámpara para reconocer lo próximo, lo ajeno, lo distante.
Lo atestigua la esquiva intención de la rata chillando entre los vidrios,
resbalando en la rampa de una impensable luz;
lo proclama la estrella con su remoto código adherido a un temblor,
tal vez a una agonía que ya fue;
lo confirma ese yo que camina contigo y es memoria dondequiera que olvides,
y ese otro, inabarcable, centelleante,
que le sale al encuentro bajo el agua de las transformaciones,
y a veces ni es persona, ni color, ni perfume, ni huella de este mundo.
Ambos están tejidos con la sustancia misma del silencio.
Se parecen a Dios en su versión de huésped reversible:
el alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye.