lunes, 23 de febrero de 2009

El pájaro blanco


El pájaro blanco
“Las antinomias y oposiciones que desunen a los individuos en un plano de actividad humana, son a menudo irreconciliables dentro del mismo plano en que se dan; y lo serían definitivamente si no existiera un plano superior en que lograran reconciliarse por “altura”.(L. Marechal).



Hubo un momento en que todo Buenos Aires hablaba del pájaro blanco.

Alguien dijo que sobrevolaba la calle Lavalle a la salida de los cines después de la última función de la noche.

-Vi la sombra cuando se alejaba y yo salía de la primera- dijo Luis.
Y Juan:
-Te habrá parecido. Esteban y Guillermina lo vieron parar casi a la altura de sus cabezas y era mucho más tarde.

Y Elena:
-También lo vieron a esa hora los amigos de mis hijos, pero según ellos el vuelo no era tan rasante y nos contaron que tenía plumas largas en el extremo de las alas.

-Esteban y Guillermina no opinaron lo mismo. Una nubecita redonda de plumas -le oí decir a Guillermina.

En las oficinas, en los hogares y en la calle, el pájaro blanco era un misterio emplumado que rodeaba las mentes, incitaba y apuraba latidos.

Yo también fui muchas veces a la calle Lavalle. Observaba a la gente y buscaba a ese pájaro que todos veían pero describían de manera distinta.

Una sola cosa uniformaba los relatos y era su blancura.

Y Lavalle, la apretujada Lavalle, donde alguna que otra vez la violetera del gran canasto une su pregón al rumor de los comentarios de las películas, tuvo ratos de silencio, movido sólo por el retumbar de los pasos.

Ya no importaban las películas. Ahora eran sólo el pretexto que marcaba el minuto esperado.

-¡Allá!, ¡allá!, ¡sobre el letrero verde! ¡Qué plumas tan pálidas y qué alas!

-Pero si no son tan largas...

-Las largas son las de la cabeza.

-No sé, lo vi de golpe.

-Yo vi primero la sombra.

-Parecía que buscaba un lugar donde apoyarse, pero después alzó alto el vuelo y desapareció.

En los distintos diarios comenzó a hablarse del pájaro blanco. Las primeras noticias pudieron leerse en las últimas páginas, luego pasaron a las del centro y después...

Los hechos se sucedían de manera extraordinaria.

Lavalle se hizo un río humano que buscaba el cielo. La gente se hablaba sin conocerse. Caminaban una al lado de la otra y la mirada los ataba más arriba, por sobre sus cabezas. Hablaron mucho de ese pájaro blanco que para algunos casi llegaba a ser un aguilucho, para otros paloma o canario o acaso golondrina cambiada de color.

Se hilvanaron historias de pájaros símbolos, de mensajes ultraterrenos traídos por almas emplumadas que desde el cielo, descendían hasta los hombres.

De luz.
De amor.
De esperanza.

Hasta que un día un rumor excitante transitó la ciudad:
“De cualquier manera se debe dar caza al pájaro blanco”.
El rumor se convirtió en cita y la calle Lavalle el lugar de encuentro.
La noche de ese día una sombra clara comenzó a moverse de oeste a este, más o menos a la altura de los primeros pisos.
Entonces todos la vimos, todos.
la fuimos siguiendo.
La sombra se fue llenando de plumas blancas, brillosas, pegadas.
Después emplumó otra más larga en el borde de las alas y de la cola. Sobre la cabeza le crecieron unas pocas como hilos, donde me pareció ver, enganchados, pedacitos de nubes que temblaban al volar.
De pronto descendía algo. Casi se apoyaba sobre alguna cabeza, pero después se alzaba silencioso como si fuera un papel con alas movido por aires invisibles.
Se lo veía aletear y entonces un aire renovador nos permitía respirar a todos con menos dificultad.
Lavalle humana era un silencio caminando detrás de otro silencio piadoso de esperanza blanca, que ya iba más allá de Florida.
Nadie sintió cansancio.
Nadie turbó ese vuelo amenazado tras el que íbamos sin saber por qué, ni para qué, ni hacia dónde.
Y el pájaro nos fue llevando hasta desembocarnos en la Plaza de Mayo.
Ahí fue cuando creímos perderlo. Pero no. Rodeó la Catedral y tomando impulso se alzó hasta la altura de los edificios que circundaban la plaza.
Después lo vimos más grande, más blanco, más rápido.
También nosotros aceleramos el paso.
-¡Se va!- gritamos -, ¡se va!...

Sobre las horas cansadas de la noche, lo vimos todavía hacerse un punto luminoso y móvil. Casi una estrellita alada. Después el punto se fue nublando y desapareció.
Convencidos de que se había ido para no volver, nos dimos vuelta y...
¡Nos vimos!

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