viernes, 19 de agosto de 2011

Allá lejos y hace tiempo...


Cap VIII:

A menudo, nuestros vecinos gauchos, cuando yo hablaba con ellos sobre
pájaros —sabiendo que ese tema me interesaba más que cualquier otro—
preguntábanme si yo había oído alguna vez la canción o el cuento del benteveo,
pájaro muy común en el país, que tiene el lomo marrón y la parte de abajo de
color amarillo azufrado, luciendo una cresta o copete, y ostentando en la cabeza
listas blancas y negras.
Es un poco más grande que nuestro "carnicero". Al igual que éste es rapaz
en sus costumbres. La cara rayada y su largo pico, como el martín pescador, le
imprimen un peculiar aspecto de sabio y astuto. El efecto es aumentado por el
largo y trisilábico canto, constantemente articulado por el ave. De dicho canto
deriva su nombre de bienteveo. El está siempre comunicándonos que se halla
presente y que ha puesto sus ojos encima de nosotros, por lo cual debemos ser
más cuidadosos en nuestras acciones.
El bienteveo, necesito decirlo, era uno de mis alados favoritos, motivo por el
cual pedí a mis amigos gauchos que me refirieran el cuento, que tanto
comentaban. Sin embargo, no conseguí una completa narración. Muchos hombres
lo habían oído. Ninguno recordaba el poema entero. Únicamente me podían decir
que se trataba de un relato muy largo. Más adelante colegí que era algo así como
la historia de la vida de ese pájaro y sus aventuras entre sus congéneres. Deduje
que el bienteveo siempre estaba tramando picardías y cayendo en apuros, pero que
invariablemente escapaba del castigo.
De todo lo que pude oír saqué enen consecuencia que pertenecía aquel cuento
al tipo del de Reynar el zorro, o al de los relatos gauchos referentes al peludo,
explicando cómo este singular animalito siempre consigue engañar a sus
perseguidores, especialmente al zorro, que se considera a sí mismo el más
inteligente de todos los animales y tiene a su honesto y torpe vecino, el peludo,
como a un zonzo de nacimiento.
Los viejos gauchos me informaban de que veinte o más años atrás, había
gente que recitaba con frecuencia "relaciones", en las que encontrábase incluida la
historia entera del bienteveo. Buenos payadores abundaban también en mis
tiempos. En los bailes había siempre uno o dos, que divertían con largos cantos o
recitados en los intervalos. Repetidamente procuré indagar entre muchos de los
que poseían mayor talento. No encontré ninguno que supiera la famosa balada del
bienteveo, y al final abandoné la búsqueda.
En lo que concordaban todas las historias que oí, era en que un hombre
acusado de un grave crimen, condenado a sufrir la última pena, mientras
aguardaba por largo tiempo su cumplimiento en la cárcel de la capital, se
entretuvo en componer la historia del bienteveo. Considerándola bien hecha,
regaló el manuscrito al carcelero, en reconocimiento de varios servicios que éste
le dispensara.
Aquel condenado carecía de dinero y de amigos que se interesaran en su
favor; pero, ya he manifestado, que, a la sazón, no se fusilaba a un criminal
inmediatamente de dictada la fatal sentencia.
Las autoridades preferían esperar, hasta que hubiese una docena o más para
ejecutarlos. Entonces se les sacaba de la prisión y se les ponía en fila contra el
muro exterior, colocando en frente un piquete de soldados armados de fusiles. Los
soldados, después de cumplir su cometido, cargaban de nuevo sus armas y
aproximándose a los caídos, les aplicaban el "tiro de gracia" a quienes parecían
tener aún vida, Y tal porvenir esperaba a nuestro prisionero.
Mientras tanto, el poema circulaba. Lo leían con inmensa fruición varias
personas de las que constituían las autoridades. Una de ellas disfrutaba del
privilegio de acercarse al dictador, y pensando que podía proporcionar a éste una
pequeña distracción, tomó el poema y se lo leyó. Rosas quedó tan encantado de
aquella lectura, que perdonó al condenado y ordenó su libertad.
Todo esto, supongo, debió haber sucedido, por lo menos, veinte años antes
de que yo naciera. Llegué empero a la conclusión, de que el poema nunca fué
impreso, porque de ser así, hubiera llegado a mis manos. Creyendo que algunas
copias pudieran encontrarse en poder de los payadores, continué buscando...

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