
En la punta del chopo (tan alta
que se azula) con súbito afán
que su grito clarísimo exalta,
pide a Juan ¡Pito, Juan, Pito, Juan!
A la gloria del sol de la tarde,
su pecho es un largo limón;
y en su grito de intrépido alarde,
palpitar se le ve el corazón.
¡Pito, Juan, Pito, Juan, pito, pito
Pito, Juan!... Y erizado el capuz,
todo su oro se publica en el grito
como abriendo un capullo de luz.
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