jueves, 23 de abril de 2009

¿Porqué mirar aves?




Alguna vez se me preguntó por qué recorría distancias, abandonaba familia, obligaciones y tranquilidad, para elegir desiertos, selvas o montañas, con el único objeto de ver unos animalitos emplumados. Respondí que era para entender al hombre. La afirmación, clara para los iniciados, no lo es para quienes nos contemplan asombrados. En la naturaleza recuperamos algo de lo que fuimos, nos bañamos en humildad y entendemos mejor nuestro comportamiento, al observar la vida animal desprovista de maquillaje cultural. Percibimos, en el amoroso cuidado de los pichones, en la violenta defensa del territorio, en la apasionada búsqueda de la pareja, en el instinto de conservación de la vida, nuestro propio primitivismo. Pero estos trazos no completan el cuadro. Lo cierto es que la mayoría se acompaña para siempre por una pasión indeclinable. En la Argentina, con pocos años de historia, los observadores suman miles. Millones en Europa. Algo significa. Hay ornitófilos a los que sólo los guía el placer de una jornada de campo; algunos persiguen el hallazgo científico; otros buscan en el placer estético, en la belleza de algún pájaro, en el canto melodioso, o en el vuelo de los más, una fuente inspiradora. Hay quienes, al apartarse de conflictos y miserias humanas, consiguen, imitando a las aves, despegar de la tierra. Quizá lo expuesto no alcance a explicarlo todo. Aun así, al descubrir en el bosque y la llanura cómo florece la existencia nos convertimos en celosos guardianes de ese mágico proceso llamado vida. Aunque sea sólo por eso, valdrá la pena elevar la vista al cielo para seguir un armonioso vuelo.

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