martes, 17 de julio de 2012

La risa del Pirincho


En el tiempo en que Don Júpiter repartía sus dotes a todos los bichos vivientes (tan variados, tan caprichosos, tan admira­bles), se presentaron ante su trono sacro los Pirinchos y dijeron:

-Sacro y Cesáreo Señor, a cada quisque has dado su propio gaje: a la Calandria el canto, al Aguilucho el vuelo, a la Lechuza la reflexión, al Casero la habilidad y a la Golondrina el deporte. Queremos que a nosotros nos des la risa.

-¿Para qué? -preguntó el padre de los dioses y de los hombres.

-Para reírnos todo el santo día y así ser felices.

-Hum -dijo el Tonante-, sin que crea yo con Schopenhauer que el dolor es la fuente de la filosofía, me parece sin embargo que la demasiada alegría entontece. ¿Ustedes creen que la mucha alegría es lo mismo que la felicidad? La felicidad, si la hay en la mortal vida, debe ser una cosa más honda...

-A cada cual -replicó el Pirincho-, que se le dé lo que pide, y cada cual se arreglará como pueda. Ese es el trato.

-Amén, hijo, y que San Pedro te lo bendiga. Afuera ahora, y dejen cancha.

Ahora bien, los Pirinchos nunca han sido muy vivos de la cabe­za. Pero desde aquel día que empezaron a reírse a carcajada seca de una hojita que caía, del viento que soplaba, o bien de nada, por el puro gusto de reírse todo el santo día, los pobres fueron empeo­rando. La segunda generación de pirinchos salió zonza, zonza en crudo, sin atenuantes; y la tercera, estúpida de solemnidad, como ahora, incapaces de la menor especulación intelectual. No saben cuándo va a cambiar el tiempo, tropiezan con los hilos del teléfono y con las ramas, no aciertan a pararse y a equilibrarse y hacen unas nidos... ¿Ustedes no conocen un nido de pirincho? Es un montón informe de ramas donde una docena ponen sus huevos en común. Eso les faltaba. Se han hecho comunistas los pobres.

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