sábado, 17 de abril de 2010

El Zorzalito


Salió del nido una tarde de verano, dio un revuelo con sus alas todavía un poco inseguras, se sentó en la copa del aguaribay, emitió un silbido agudo que hizo callar atento a todo el monte, y después ensayó un gorjeo y luego un trino que salió lleno y limpio como el viento de la tarde entre las hojas.

El mismo extrañaba la potencia y agilidad de su garganta. La Calandria, para oírlo mejor, voló hasta su rama en silencio. El Zozalito entusiasmado había iniciado una magnifica sinfonía. El zumbido de la brisa, las quejas de las hojas, la orquesta rumorosa del amanecer, el aliento de la noche estrellada, el grito de los árboles bajo el sacudón de la tormenta, todas las hondas y se vertieron en el silencio crepuscular convertidas en sonidos tan hermosos que la Calandria creyó que ella misma nunca había entendido el monte hasta el momento…

Calló el Zorzalito y se hizo silencio armonioso en el monte. Y entonces un gorrión superficial que no entendía de música, exclamó bruscamente:

- Qué feo queda. Cuando hincha la garganta parece un sapo.

Y la Calandria, el Jilguero, el Tordo, el Cardenal y el Boyero, que entendían de música, arrobados en su admiración, no dijeron nada.

El Zorzalito levantó el vuelo todo cortado, y se perdió a lo lejos convencido de haber hecho un papelón. Y desde aquel día ya no cantó jamás. Porque cuando el corazón le pedía canto, le venía a la mente la imagen de la garganta del sapo y el alma se le caía a los pies, amargado para siempre por aquella primera y repentina desilusión…

Los que entienden, que alaben a los que valen, no sea que vengan los que no valen y se hagan dueños del mundo.

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