
Tenía un color magnífico; era un Carpintero,
Le descargué mis perdigones,
Pareció titubear, luego cayó sobre una ancha hoja de palmera.
Lo tomé en mi mano. Era así: oro, negro, rojo.
Lo palpé, le desplegué las alas,
lo examiné minuciosa y largamente: Estaba intacto.
Debió morir de una conmoción súbita
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