
Sobre el montón de piedras que remedan
los escuetos penachos de los montes
donde se iba a posar tras largos vuelos,
gravemente parece que cavila,
nostálgico de abismos y horizontes
el cautivo monarca de los cielos.
sorda cólera enciende la pupila
del indómito reo,
que en vano, cruel, de libertad lo acosa
devorador deseo.
Arrogante y marcial en su apostura,
graves sus movimientos.
Emblema de altivez, le ciñe el cuello,
blanca, cual la golilla de un hidalgo
medioeval su golilla.
Es calva la cabeza altiva y ruda,
negro y lustroso y sólido el plumaje,
corvo el pico voraz, la garra fuerte,
y el ala, enorme remo
que la atmósfera azul hiende pujante,
hercúlea como brazo de gigante.
¿En qué piensa?... A través de los alambres
de su jaula, contempla hacia el ocaso,
coronadas de nieve las montañas
donde se pone el sol: divisa acaso
la peña en que solía
saciar sus hambres devorando entrañas.
O divisa la grieta inaccesible
donde al cerrar la noche se dormía,
teniendo arriba el cielo azul, sereno,
abajo precipicios y tinieblas,
y sobre las llanuras, a lo lejos
como un mar, los oscuros nubarrones
que en simulacro horrible
esgrimen el relámpago y el trueno.
Al despuntar el día,
oculto por las nieblas matinales,
sobre el rancho del indio,
en cauteloso acecho se cernía.
¡Balaba en el corral la cabra inquieta
y tímida el peligro adivinando,
mas ¡ay! Que de repente,
el rebaño se arrasa como al soplo
del viento los trigales,
cae con la celeridad de una saeta
el monstruo, y se levanta
sujetando famélico la presa
en la garra potente!
Recuerdos melancólicos lo abaten.
Recuerdos de su vida en las alturas
cuando solía cruzar entusiasmado
de una cumbre a otra cumbre,
imperturbable la mirada ardiente,
en misteriosa lucha con el vértigo
habitador siniestro del abismo,
y rápido bajar hasta el torrente
que el cimiento carcome a la montaña;
graznar para que el eco de su grito
repercuta en las hondas soledades,
humedecer las alas en el polvo
de luz de las cascadas,
y ebrio de libertad, como una tromba,
en inmensa espiral tender el vuelo,
y atravesar las nubes
soñando una excursión al infinito.
De pronto, el viejo soñador se yergue,
se inquieta, y lanza su graznido ronco.
¿Qué ha visto? Hacia el ocaso allá en el cielo
dos alas que se baten.
Es otro cóndor que en pausado vuelo
va a dormir a su nido
en la grieta granítica escondido.
Sorda cólera enciende la pupila
del indómito reo...
Nostálgico de abismos y horizontes,
es presa del delirio y no vacila.
¡Se va a dormir a sus queridos montes!
Con pesado aleteo
el montículo deja,
¡mas se estrella otra vez contra su reja! (Abril 1907)