sábado, 20 de septiembre de 2008
Poema para volar (Foto Alec Earnshaw)
Tenía un balazo, el águila;
pasao el cuerpo.
Arañando las piedras,
subía despacito
pa’ lo alto del cerro
Y las alas sanitas
que sin bajarse ni cansarse nunca
amansaron pamperos,
entreabiertas como con miedo de tocar el aire,
charqueaban al menor desacomodo
al sentirse sin fuerzas.
Y el águila - que había domado vientos -,
que se había reído del espacio,
iba subiendo despacito...el cerro;
como de arrastro.
Y más fuerza que nunca sentía en la pupila
y miraba a lo alto
con tal firmeza,
que parecía verse el rastro,
desde el ojo hasta arriba...
Y también se figuraba que su alma
por el rastro subía.
Y arañando las piedras iba el águila...
muriéndose.
En lo alto del cerro,
se afirmaron sus garras
y la pupila se afirmó en el cielo
como agarrando a mano, la distancia...
También sanita, el alma;
y el ave se olvidó que estaba herida,
abrió las alas y las tuvo quietas
desafiando a la muerte con su resto de vida;
quiso voltearla el viento,
se cortó en el acero de su mirada
y ella se hizo más brava
y se acometió a la muerte; en su agonía
con el último aliento se levantó en el aire
y en lugar de caer, ni como muerta
muerta siguió para arriba,
como llevando su alma - ella misma -
para entregársela a Dios en propias manos,
se perdió en lo infinito.
Cerré los ojos para ver más lejos
y la vi ... llegando.
(Colaboración de Liliana Olveira)
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