jueves, 4 de septiembre de 2008
EL VASTO VUELO DE LAS AVES MIGRADORAS
Las alas reciben la voz del viento. El pájaro acomoda su historia sobre el nido. Tímidamente, de entre terciopelos del aire, comienzan a emerger las primeras puntas de lanza del frío. El invierno pronto llegará. Entonces, entre las aves nace un coro de voces. Cantos. Gorjeos que acompañan las miradas de los seres alados que se orientan hacia espacios remotos de la tierra.
El invierno viene y es preciso vivir con el calor. Es oportuno volar hasta lo caliente. El corazón creado para la altura quiere siempre descubrir un mar de calidez.
Y para hallar la estación que regala un nuevo calor, es preciso atravesar distancias troqueladas por sucesiones de montañas, ríos, bosques, mares. Para que el ave se libere del frío y conquiste un nuevo hogar veraniego es necesaria una repetida osadía: la migración, el viaje imponente, los aleteos continuos, que surcan millares de kilómetros. Un espacio tan vasto como los continentes.
Y la humanidad ensimismada persevera en su mundo sin ventanas. Grita de continuo la superioridad del hombre. Así, ni tú ni yo podremos sorprendernos por el inminente inicio de una maratón superior a todos los eventos atléticos de la clásica antigüedad griega o del mundo de las competiciones modernas. El mamífero soberbio que construye ciudades no podrá celebrar y acompañar el nuevo comienzo de un viaje heroico y multitudinario: el vuelo de las aves migradoras.
Y ya, ahora, una orden atávica, imperceptible para el oído del hombre, se propaga veloz a través de plumas y alas. Y miles de ligeros pájaros inician la travesía.
Y el nuevo vuelo de las aves migradoras comienza.
Atraviesan las aves altares flotantes del cielo. Y componen un río de fosforescencia que incendia la altura. La altura del firmamento que es tan vieja como el origen secreto de tus ojos y el murmullo resonante de las olas.
Y el torrente de las alas que viajan por los techos de la tierra son una historia y una emoción desconocida para tu vida de pantallas. Casas. Edificios. Y paredes.
Y podría correr por las azoteas, por las llanuras del caballo salvaje, o sobre el volumen espumoso de la nubes, para ser un pensamiento que acompaña. Ser pensamiento que corre. Y ve, imagina, ausculta y experimenta la polifonía de aleteos de las aves en vuelo. Es llama digna para el pensar el viaje de las pequeñas creaturas, jinetes del aire, que pueden domar las prepotentes distancias del cielo...
Cientos de especies de aves realizan dos grandes migraciones anuales. La mayor parte de las aves necesitan de los climas templados. Esto les permite conseguir alimentos abundantes y entregarse a la procreación, la cría y la construcción de sus nidos. El momento de la partida le es señalado por un llamado "reloj biológico". Ciertos indicios ambientales también le señalan el momento de iniciar su travesía hacia un hábitat más adecuado. Estas señales consisten en el descenso de la temperatura y el debilitamiento de la vegetación. A la vez, la disminución de los periodos de luz de los días generan en los seres alados cambios hormonales con importantes efectos corporales. Aumentan su volumen y el vigor de sus músculos, e inician la acumulación de nuevas reservas de grasa que consumirán durante el vuelo. El almacenamiento de grasa, ocasionado por la intensificación del ritmo alimentario, es especialmente decisivo para las criaturas aéreas que, por atravesar mares y desiertos, no podrán detenerse para aprovisionarse. Algunas especies renuevan sus alas y, otras ya están en condiciones para la gran travesía a las pocas semanas de su nacimiento.
Cuando los preparativos para el viaje se han completado, comienza entonces el gran vuelo migratorio que conducirá a millones de pájaros hacia lejanas regiones. Hacia el otro lado del mundo. Como en el caso del charrán ártico. Al final del verano, en la árida y bella geografía alaskeña, principia su aventura en las rutas celestas el charrán de las regiones árticas, quizá el máximo viajero del planeta azul. Este gran ser migrador no supera un cuarto de kilo y el color que ostenta su plumaje es blanco-plateado (foto izquierda). Durante los meses de junio, julio y agosto, vive en el Ártico. Y, luego, vuela hacia el sur, sobrevuela Europa y África para arribar a la Antártida en la época estival. Todos los años, el charrán recorre 30.000 kilómetros para realizar el viaje de ida y vuelta entre los dos polos.
Algunas aves vuelan mediante el planeo y, otras, a través de un aleteo continuo. Los pájaros planeadores principian su vuelo algunas horas después del amanecer. El sol calienta la tierra y, de esa manera, genera corrientes de aire ascendentes. Mientras duran estas corrientes térmicas, las aves avanzan con facilidad. Pero, al desvanecerse la tarde, el cálido aire de la elevación se amortigua y, entonces, los viajeros alados deben interrumpir su marcha. Y esperar el regreso de una nueva corriente ascencional. Las aves planeadoras no pueden recorrer así grandes distancias. Este es el caso de las cigüeñas, grullas, y el albatros (1).
Las aves que se desplazan por medio de un aleteo constante pueden volar durante el día o la coche. Las especies que atraviesan el océano deben volar muchas horas sin detenerse porque no siempre hallan una isla o barco donde posarse para descansar. De todos modos, en casi todos los casos, los nómadas del aire deben interrumpir su marcha para alimentarse y reponer energías. Pero el descanso no altera la celeridad del viaje. Los machos desean arribar cuanto antes a la región de cría para alojarse en los territorios más pródigos en alimentos y unirse con las hembras más agraciadas.
La mayoría de las aves vuelan entre los 1000 y 6000 metros. La mayor altura la alcanzan los ansares de nuca barreada. Cada año, estos pájaros se deslizan desde los lagos de las montañas del centro de Asia hasta el Valle del Indo. En su travesía migratoria, traspasan el Himalaya a mas de 9 mil metros.
La cantidad de pájaros que migran dos veces al año, entre Alaska y Europa y el Norte de Asia y el África Central, son alrededor de 5.000 millones de individuos. Una cifra aproximadamente equivalente a la de los seres de rostro humano que reciben los rayos solares en la tierra.
Cuando el hombre se halla en una ciudad o un lugar extraño debe apelar a un mapa o brújula para evitar extraviarse. Las aves que migran, y las palomas mensajeras, no necesitan de ningún instrumento de orientación. Su poder de elección de la dirección correcta es asombrosa. En muchas ocasiones, reaparecen sobre el mismo nido, árbol o torre de iglesia en el que habitaron el año anterior luego de la ultima migración.
Las teorías sobre su capacidad de orientación suponen un cúmulo de variables relacionadas con el sol, las estrellas, las señales del terreno, los campos magnéticos, los sonidos y los olores. Como los navegantes primitivos, las aves podrían guiarse mediante el disco solar y los astros nocturnos. Durante el día, algunas reconocen la posición solar en relación a su punto de partida. Las aves que migran durante la noche se valen de las titilantes antorchas de las estrellas. (como los cucus, chipes y otras paserinas).
El vuelo mediante las señales del terreno consiste en la detección de grandes faros o referentes visibles, como valles, praderas, montañas y ríos. Algunas especies escucharían los infrasonidos generados por las colisión del viento sobre las montañas lejanas. Desde su nacimiento, las aves también pueden reconocer el centro de rotación de la bóveda celeste. Este lugar de la cúpula actúa como guía porque nunca se desplaza y se muestra siempre, por tanto, en el mismo sitio.
El magnetismo terrestre seria la otra gran vía de orientación. Las aves poseerían una brújula interna que las hace sensibles a los campos magnéticos. Cuando las nubes inundan el firmamento, hallan su camino mediante la detección de las líneas del campo magnético que atraviesan en el planeta y que señalan al sur en el norte y al norte en el sur. El hallazgo de magnetita en la cabeza de las palomas mensajeras avalaría la presunción de la "sensibilidad magnética" de las criaturas aéreas.
Ciertas especies voladoras se orientarían a través de olores característicos como son los aromas que irradia un prado o una colonia de aves marinas.
El profesor italiano F. Papi, de la Universidad de Pisa, descubrió que algunas palomas mensajeras se orientan mediante un mapa olfativo determinado por los olores que se propagan en el viento. Pero este descubrimiento no pudo ser convertido en un principio suficientemente demostrado para la orientación de las palomas de otras regiones.
A pesar de algunas teorías con ciertos asideros, el método de orientación y navegación de las aves migratorias continua siendo un misterio...
Y la orientación de las aves es tan enigmática como el origen de su vuelo. Existen dos teorías muy difundidas en esta materia. La primera es la llamada "teoría del origen arbóreo del vuelo". Esta afirma que, en la era mesozoica, las plumas arropaban el cuerpo del ave con el propósito de regular su temperatura corporal. Pero estas alas también poseían la suficiente longitud y vigor como para efectuar planeos. Estas primeras aves tenían dedos y garras y alas. Mediante los dedos que brotaban de las alas, estas prehistóricas aves embrionarias podían trepar y luego dejarse caer de las ramas. Así, consumaban breves planeos que les permitían escapar de depredadores y capturar presas. El planeo les otorgaba una ventaja cualitativa en el duro arte de la supervivencia. Y estos arcaicos pájaros ensayaron planeos cada vez más extensos hasta poder volar sin necesidad de descolgarse desde las ramas.
La segunda teoría, denominada "del origen cursorial", asegura que existieron aves primitivas corredoras. A fin de equilibrar su cuerpo en las carreras, estos pájaros desarrollaban el área superior de sus extremidades. Este desarrollo dio como resultado el poder de elevarse mediante el impulso de la carrera y los brazos. Sin embargo, a pesar de algunos rasgos aparentemente convincentes, ninguna de las dos teorías poseen los suficientes hallazgos que avalen o demuestren definitivamente sus postulados.
Y, otra vez, el origen del vuelo, como el poder de orientación de las aves exuda, en silencio, el vapor del misterio...
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