miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cantata del abuelo Algarrobo -fragmento-


III

Padre y señor del bosque
¡Catedral de los pájaros!

Voy a decir el nombre de los seres
que visitan tu cielo entrelazado,
con la alegría de alabar amigos
y la emoción de recordar hermanos:
sea el primero la calandria pura
que provoca la luz desde su canto,
y ama a la luz como los niños ciegos,
la cigarra estival y los lagartos;
y el hornero, vestido de estameña,
con su traje de monje franciscano,
ágil maestro que enseñó a los hombres
esas artes clarísimas del barro;
y la urpila de cuello femenino,
un si es o no es tornasolado,
donde tiene su asiento la ternura
con su gemido dulcemente cálido;
y la urraca del ingenuo vocerío;
y la torcaza del amor cristiano;
y la leve chirigua mañanera
que se levanta con el sol, cantando;
y el loro verde y la cotorra verde
que conocen idiomas olvidados;
y el cardenal y su orgulloso porte;
y la llaga del pecho colorado
de quien dicen los viejos de la noche,
ante corros de niños provincianos,
que el chingolo lo hirió con su cuchillo
allá por los tiempos del milagro;
y el chingolo, social y comedido;
y el rundún, ese diamante alado,
que conduce las cartas de las flores
cuando aquellas se escriben en verano;
y el zorzal de enlutada vestidura,
siempre de pie sobre los gajos altos,
evocando una ardiente melodía
en su pequeño corazón de piano;
y el carpintero, de bonete grana,
que martilla tu leño centenario
cual si buscase apasionadamente
el alma oculta y vegetal del árbol;
y también la viajera golondrina
que conduce un mensaje perfumado
con los pinos del norte y las palmeras
y las olas del golfo mejicano;
y el reimoro de azules albornoces,
príncipe azul sobre la paz del campo,
trinador excelente que domina
registros de tenor y de soprano;
y la viudita de color de nieve,
con el borde del ala ribeteado
de severo negror, que nadie mata
pues la custodia su dolor callado;
y el cachilote, cobarde ladronzuelo,
y sibarita de yantar holgado,
que perfora los bellos huevecitos
para beberles su interior dorado;
y el crespín con su drama misterioso,
y su persona de fantasma trágico,
que acidula las mieles del estío
con la amargura de su largo llanto;
y el halcón de los ojos avizores,
la pradera y el monte dominando
que es en sí mismo vibradora flecha
querrero cruel y puntería de arco.

Y los otos, los pájaros nocturnos,
que nos miran con ojos afiebrados
y poseen la clave del amauta
para leer los quipos del presagio:
digo el lechuzo de mirar insomne,
ante cuyo chillido destemplado
la joven madre se persigna y reza
y la amada se vuelve hacia el amado;
digo el colcón que pone en tus ojivas
sugerencias de coro gregoriano
y también un horror de brujerías
en el silencio de su grito mágico;
y el atajacaminos, melancólico,
que viene y va como los fuegos fatuos
y suspende el respiro en la garganta
del jinete que pasa y el caballo;
y el alicuco, que presiente el agua,
y que suele imitar en los bañados
la traslúcida tecla de las ranas
y el cristalino clavecín del sapo;
y otro pájaro más, otro nocturno,
pòr nadie visto pero sí escuchado
hacia el filo la flor de medianoche,
cuyo nombre se dice: piscu-yaco.

Algarrobo natal. Abuelo nuestro.
¡Catedral de pájaros!

1 comentario:

Silvia en Buenos Aires dijo...

Emocionante,un gran poeta !!!