viernes, 29 de agosto de 2008

La paloma indiana.


Tuve una paloma indiana,
cazada de casualidad;
hoy se halla en prosperidad
y se encuentra muy ufana.
Yo la cazé de mañana
por ser un madrugador,
envidiando al cazador
que hoy me la tiene enjaulada:
muy palidito el color
pero muy acostumbrada.

Y esa paloma que hace tanto
durmiendo en su nido,
como un loco sin sentido
con mucha ansia la tomé
y una vez que ya logré
de mi hacerla prisionera
le pedí que me quisiera
y al verme tan atrevido:
no creiba la sorprendiera
estando durmiendo en su nido.

La quise con afición
y voluntad temeraria,
y otra paloma ordinaria
la invitó a una diversión
la privé de esa ocasión
porque había desigualdád
y ella por su seriedad,
demostró estar agraviada
y en la primera ocasión,
alzó el vuelo disgustada.

Y ahora esa paloma alzada
se halla ya en poder ajeno;
de otro cazador muy bueno
que me la tiene enjauldad
de tal modo asegurada
que es difícil el volar
yo la comienzo a temblar
recordando lo que ha sido:
solo me queda el decir...
se voló... y me dejó el nido.

lunes, 25 de agosto de 2008

Mirá vos 2




"Del pájaro aprendí a buscar a Dios,
a perderlo de vista,
a volverlo a encontrar,
a sentir su presencia en vuelo".

martes, 12 de agosto de 2008

El cóndor del zoo.





Sobre el montón de piedras que remedan
los escuetos penachos de los montes
donde se iba a posar tras largos vuelos,
gravemente parece que cavila,
nostálgico de abismos y horizontes
el cautivo monarca de los cielos.
sorda cólera enciende la pupila
del indómito reo,
que en vano, cruel, de libertad lo acosa
devorador deseo.
Arrogante y marcial en su apostura,
graves sus movimientos.
Emblema de altivez, le ciñe el cuello,
blanca, cual la golilla de un hidalgo
medioeval su golilla.
Es calva la cabeza altiva y ruda,
negro y lustroso y sólido el plumaje,
corvo el pico voraz, la garra fuerte,
y el ala, enorme remo
que la atmósfera azul hiende pujante,
hercúlea como brazo de gigante.
¿En qué piensa?... A través de los alambres
de su jaula, contempla hacia el ocaso,
coronadas de nieve las montañas
donde se pone el sol: divisa acaso
la peña en que solía
saciar sus hambres devorando entrañas.
O divisa la grieta inaccesible
donde al cerrar la noche se dormía,
teniendo arriba el cielo azul, sereno,
abajo precipicios y tinieblas,
y sobre las llanuras, a lo lejos
como un mar, los oscuros nubarrones
que en simulacro horrible
esgrimen el relámpago y el trueno.
Al despuntar el día,
oculto por las nieblas matinales,
sobre el rancho del indio,
en cauteloso acecho se cernía.
¡Balaba en el corral la cabra inquieta
y tímida el peligro adivinando,
mas ¡ay! Que de repente,
el rebaño se arrasa como al soplo
del viento los trigales,
cae con la celeridad de una saeta
el monstruo, y se levanta
sujetando famélico la presa
en la garra potente!
Recuerdos melancólicos lo abaten.
Recuerdos de su vida en las alturas
cuando solía cruzar entusiasmado
de una cumbre a otra cumbre,
imperturbable la mirada ardiente,
en misteriosa lucha con el vértigo
habitador siniestro del abismo,
y rápido bajar hasta el torrente
que el cimiento carcome a la montaña;
graznar para que el eco de su grito
repercuta en las hondas soledades,
humedecer las alas en el polvo
de luz de las cascadas,
y ebrio de libertad, como una tromba,
en inmensa espiral tender el vuelo,
y atravesar las nubes
soñando una excursión al infinito.
De pronto, el viejo soñador se yergue,
se inquieta, y lanza su graznido ronco.
¿Qué ha visto? Hacia el ocaso allá en el cielo
dos alas que se baten.
Es otro cóndor que en pausado vuelo
va a dormir a su nido
en la grieta granítica escondido.
Sorda cólera enciende la pupila
del indómito reo...
Nostálgico de abismos y horizontes,
es presa del delirio y no vacila.
¡Se va a dormir a sus queridos montes!
Con pesado aleteo
el montículo deja,
¡mas se estrella otra vez contra su reja! (Abril 1907)