El picaflor
Run ... dun, run... dun ... Y al tremular sonoro
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
Surgió de pronto, ante una flor suspenso,
En vibrante ascua de esmeralda y oro.
Fué color..., luz..., color... A un brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
Y al desaparecer con aquel rayo,
Su ascua fugaz carbonizó en zafiro
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
Surgió de pronto, ante una flor suspenso,
En vibrante ascua de esmeralda y oro.
Fué color..., luz..., color... A un brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
Y al desaparecer con aquel rayo,
Su ascua fugaz carbonizó en zafiro
La tórtola montaraz
Bajo el denso tallar cuyo reposo
promete al alma soledad eterna,
se compunge su arrullo misterioso
en musical retumbo de cisterna.
Con un lento llorar de hoja marchita,
mulle el bosque otoñal pálida alfombra,
y en la queja recóndita palpita
el corazón profundo de la sombra.
Gloria solar
Al pie del tala inmóvil y sombrío,
rueda lentejas de oro el manantial,
y un canto, triolio, triolio,
rompe al sol de la siesta: el cardenal.
Brilla la brasa audaz de su copete
con un erizamiento casi cruel;
y su arrogancia de gentil cadete
florece en ella como en un clavel.
Mientras con perezoso cuchicheo
sopla el bochorno un hálito de fragua,
pule como un diamante su gorgeo,
sutil cristal en que se alegra el agua.
La perdiz
Su andar de doncella inquieta
pone la angustia del yerro
en las narices del perro
y el cañón de la escopeta.
Pero, al abrigo falaz
de la hierba fresca o mustia,
también tiembla en dulce angustia
su silbido montaraz.
Así, en tal desasosiego,
y ante todo azar perpleja,
su timidez empareja
con la gleba del labriego.
Atenta al más leve tris
que, agazapándose, escucha,
parece que la encapucha
la estepa del campo gris.
Todo el color que así pierde,
como en brillante renuevo
pinta su morado huevo
que en la martineta es verde.
Y tras el natal terrón,
o al despavorido vuelo,
zumba en su eterno desvelo
la saña del perdigón.
pone la angustia del yerro
en las narices del perro
y el cañón de la escopeta.
Pero, al abrigo falaz
de la hierba fresca o mustia,
también tiembla en dulce angustia
su silbido montaraz.
Así, en tal desasosiego,
y ante todo azar perpleja,
su timidez empareja
con la gleba del labriego.
Atenta al más leve tris
que, agazapándose, escucha,
parece que la encapucha
la estepa del campo gris.
Todo el color que así pierde,
como en brillante renuevo
pinta su morado huevo
que en la martineta es verde.
Y tras el natal terrón,
o al despavorido vuelo,
zumba en su eterno desvelo
la saña del perdigón.
El cacholote
Agobia un árbol con la pesadumbre
de su nido de mal trabada leña.
Su erizado copete se desgreña
sobre el plumage de color de herrumbre.
Turbulento, parece que relincha,
sorbe al descuido el huevo de la clueca,
y a veces, su azulada pata seca,
algún robado pichoncillo trincha.
Suaviza un remoto eco de montaña
su pífano de rústica dulzura,
y parece aclararse de frescura
la honda felicidad de la campaña.
de su nido de mal trabada leña.
Su erizado copete se desgreña
sobre el plumage de color de herrumbre.
Turbulento, parece que relincha,
sorbe al descuido el huevo de la clueca,
y a veces, su azulada pata seca,
algún robado pichoncillo trincha.
Suaviza un remoto eco de montaña
su pífano de rústica dulzura,
y parece aclararse de frescura
la honda felicidad de la campaña.
Los Captaros
y atardando un vuelo, como el sueño, blando,
los cisnes negros cuellos van cruzando
por el blanco abismo del claro de luna.
Y "¡cáptaro, cáptaro!", grita el delantero,
y "¡cáptaro, cáptaro!", responde la banda,
al hallar el charco que buscando anda,
borrado de luna todo derrotero.
Que así, en extraviados delirios azules,
cuando la alta luna congrega su tropa,
confunden con Ledas las piezas de ropa,
o en las azoteas se estrellan, gandules.
Piérdense un instante detrás del barranco
mas, pronto, su giro veloz no vacila,
y sobre la plata del agua tranquila
caen en un leve relámpago blanco.
La luna, embriagándolos con su albo destello,
creó su sedosa blancura de perla,
y un poco de noche les quedó al beberla
en la prominente redoma del cuello.
No mancha la inmensa claridad un tizne,
y la luna, extática sobre los paisages,
sueña como un ángel cándidos celages
en que desparrama su pluma de cisne.<
El aracucú
La medianoche, sobre la montaña,
trasluce como una uva un torvo azul...
Más lóbrego el ramage se enmaraña...
y en un gemido de dulzura extraña
llora la selva: Ar...rrra, cu-cú, cu-cú...
Lento río de estrellas vuelca el cielo...
Llénanse de fragancia la quietud...
Y el pájaro invisible, en su desvelo,
llora sin esperanza de consuelo,
doliente y fiel: Ar... rrra..., cu-cú, cu-cú...
La soledad suspira desde el soto
un profundo frescor; se agrava aún,
y más la llora aquél gemido ignoto,
a la vez tan cercano y tan remoto
como la muerte: Ar... rrra, cu-cú, cu-cú...
trasluce como una uva un torvo azul...
Más lóbrego el ramage se enmaraña...
y en un gemido de dulzura extraña
llora la selva: Ar...rrra, cu-cú, cu-cú...
Lento río de estrellas vuelca el cielo...
Llénanse de fragancia la quietud...
Y el pájaro invisible, en su desvelo,
llora sin esperanza de consuelo,
doliente y fiel: Ar... rrra..., cu-cú, cu-cú...
La soledad suspira desde el soto
un profundo frescor; se agrava aún,
y más la llora aquél gemido ignoto,
a la vez tan cercano y tan remoto
como la muerte: Ar... rrra, cu-cú, cu-cú...
La lechuza
Evocando tristes cruces
y cosas de sepultura,
prende ante la cueva oscura
su linterna de dos luces.
Cierra un claro anochecer
lentos ojos de amatista,
y ella al caminante chista
o habla con voz de mujer.
Y en aquél falaz remedo
de incomprensible palabra,
pone su burla macabra
la loca risa del miedo.
y cosas de sepultura,
prende ante la cueva oscura
su linterna de dos luces.
Cierra un claro anochecer
lentos ojos de amatista,
y ella al caminante chista
o habla con voz de mujer.
Y en aquél falaz remedo
de incomprensible palabra,
pone su burla macabra
la loca risa del miedo.
El ataja-caminos
que un tardo crepúsculo tapa de ceniza,
su evasiva sombra de espectro desliza,
o, pegado al suelo, se borra en la arena.
Más meditabunda pónese la calma.
El paso, más sordo, la arena derruye.
Y en el suave pájaro que va, vuelve y huye,
parece que al campo se le turba el alma.
El tero
¡Tero-tero, tero-tero!...
Y fingen, rojas y alternas,
sus aceleradas piernas
los canutos del flautero.
¡Tero-tero!... Y así embauca
con su propio grito iluso,
lejos del huevo confuso
de pinta pecosa y glauca.
Todo el campo se alborota
y con premioso desvelo,
en un concéntrico vuelo
ya el grito en el aire flota.
En su ala picaza oscila
el sol que al trasluz la esmalta,
y parece que en voz alta
se alegra la luz tranquila.
Desde el rancho, hacia el camino
mira alguien desde la puerta,
porque nunca desacierta
su anuncio de buen vecino;
que así, de noche o de día,
siempre cerca de la casa,
al ruido de lo que pasa
suelta su grito a pofría.
Grito familiar que el viento
lleva por llanos y charcas,
aunque, según las comarcas,
tiene distinto el acento.
Grito que al compás del ala
va en perentorios rechazos,
cual si espantara a cañazos
a la gente intrusa y mala.
Así, de intrépido modo
avizoran hembra y macho,
erguido el negro penacho,
pronto el espolín del codo.
La gola que se le crispa,
fugaz tornasol dilata,
y el espolín escarlata
adquiere un brillo de chispa.
O bien, con sagaz remusgo,
al soslayo se agazapa,
bajo su evasiva capa
de adecuado color musgo.
Y así vigila expedito,
con firmeza valerosa,
siempre claro el ojo rosa,
pronto siempre el claro grito.
¡Tero-tero! con la aurora
que ruboriza ese alarde.
¡Tero-tero! con la tarde
que nubes y campos dora.
¡Tero-tero! en el estero
que va la sombra aplomando.
Y en el plenilunio blando,
¡Tero-tero, tero-tero!...
Y fingen, rojas y alternas,
sus aceleradas piernas
los canutos del flautero.
¡Tero-tero!... Y así embauca
con su propio grito iluso,
lejos del huevo confuso
de pinta pecosa y glauca.
Todo el campo se alborota
y con premioso desvelo,
en un concéntrico vuelo
ya el grito en el aire flota.
En su ala picaza oscila
el sol que al trasluz la esmalta,
y parece que en voz alta
se alegra la luz tranquila.
Desde el rancho, hacia el camino
mira alguien desde la puerta,
porque nunca desacierta
su anuncio de buen vecino;
que así, de noche o de día,
siempre cerca de la casa,
al ruido de lo que pasa
suelta su grito a pofría.
Grito familiar que el viento
lleva por llanos y charcas,
aunque, según las comarcas,
tiene distinto el acento.
Grito que al compás del ala
va en perentorios rechazos,
cual si espantara a cañazos
a la gente intrusa y mala.
Así, de intrépido modo
avizoran hembra y macho,
erguido el negro penacho,
pronto el espolín del codo.
La gola que se le crispa,
fugaz tornasol dilata,
y el espolín escarlata
adquiere un brillo de chispa.
O bien, con sagaz remusgo,
al soslayo se agazapa,
bajo su evasiva capa
de adecuado color musgo.
Y así vigila expedito,
con firmeza valerosa,
siempre claro el ojo rosa,
pronto siempre el claro grito.
¡Tero-tero! con la aurora
que ruboriza ese alarde.
¡Tero-tero! con la tarde
que nubes y campos dora.
¡Tero-tero! en el estero
que va la sombra aplomando.
Y en el plenilunio blando,
¡Tero-tero, tero-tero!...
martes, 9 de agosto de 2011
Como un pájaro libre
Como un pájaro libre de libre vuelo,
como un pájaro libre así te quiero.
Nueve meses te tuve creciendo dentro
y aún sigues creciendo y descubriendo.
Descubriendo, aprendiendo a ser un hombre,
no hay nada de la vida que no te asombre.
Cada minuto tuyo lo vivo y muero
cuando no estás mi hijo cómo te espero
pues el miedo, un gusano, me roe y come
apenas abro un diario busco tu nombre.
Muero todos los días, pero te digo
no hay que andar tras la vida como un mendigo.
El mundo está en ti mismo, debes cambiarlo
cada vez el camino es menos largo.