lunes, 23 de febrero de 2009

El pájaro blanco II


La vida urbana siempre ha tendido a producir una visión sentimental de la naturaleza. Se piensa en la naturaleza como en un jardín, una vista enmarcada por una ventana, un escenario de libertad. Los campesinos, los marineros, los nómadas saben que no es así. La naturaleza es energía y lucha. Es lo que existe sin promesa alguna. Si pensamos en ella como en un escenario, un ruedo, éste ha de ser uno que se preste tanto para el mal como para el bien. Su energía es de una indiferencia atroz. La primera necesidad de la vida es un techo. Guarecerse de la naturaleza. El primer signo de la vida es el dolor.

Es en este contexto natural tan poco prometedor en donde se descubre la belleza, y el descubrimiento es por naturaleza súbito e impredecible. La tempestad se calma, el color del mar cambia del gris pardo al aguamarina. Bajo la piedra desprendida en un alud crece una flor. La luna surge sobre las chabolas. (...) Se encuentre donde se encuentre, la belleza es siempre una excepción, siempre aparece a pesar de. Por eso nos emociona.
(...)
Todos los lenguajes artísticos han sido desarrollados como un intento de transformación de lo instantáneo en permanente. El arte supone que la belleza no es una excepción (que su existencia no es a pesar de), sino la base de un orden.
(...)
El arte no imita a la naturaleza; imita a una creación, unas veces para proponer un mundo alternativo, otras sencillamente para ampliar, confirmar, hacer social, la breve esperanza que ofrece la naturaleza. El arte es una respuesta organizada a aquello que la naturaleza nos deja entrever ocasionalmente.
(...)
El pájaro de madera blanca se balancea empujado por el aire caliente de la estufa de la cocina, en donde los vecinos están bebiendo. ¡Fuera, a veinticinco grados bajo cero, los pájaros de verdad mueren congelados!

(John Berger: El sentido de la vista)

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